Una mujer enviudada recientemente afronta la reforma de su vivienda, no como una actuación únicamente espacial, sino como parte del impulso necesario para adaptarse a su nueva situación vital. Se despojará de sus antiguas habitaciones, aseos, cocinas, despachos,… pero mantendrá aquellas piezas de mobiliario cuyo valor trasciende lo material y sólo encuentran justificación en lo emocional y personal.
Una nueva forma de vivir, una nueva forma de aprovechar la casa. La cocina, antes con funciones de servicio y en la zona menos iluminada de la casa, se convierte ahora en un espacio central del hogar. El anterior espacio “femenino”, su espacio, ahora está en un lugar privilegiado, potenciando las relaciones familiares y la comodidad de sus miembros. En su ejecución y apertura de hueco al salón se descubre el verdadero material de los muros de carga de la estructura. Una guía continua para la escalera de la estantería y de las puertas correderas recorta los alzados a la misma cota que las ventanas balconeras.
Al interior de la vivienda, donde antes había un dormitorio, un aseo, una sala y una cocina, ahora se construye su verdadero espacio, su dormitorio–estudio. El desafío de conseguir un espacio único pero fragmentado y parcialmente compartimentado se consigue mediante la introducción de un paralelepípedo virtual central que regulariza la actuación en contraste con el contorno irregular. Este paralelepípedo se divide mediante muros autoportantes que no se cierran en sus extremos , permitiendo una circulación doble, pero generando los elementos de apoyo necesarios y la división de las diferentes zonas: el despacho, el dormitorio-tocador, el vestidor y la zona de baño. Los muros tampoco llegan hasta el techo, se quedan a 2,20 m, quedando la franja rectangular reflejada en el techo mediante una candileja de similar geometría.